sábado, 26 de julio de 2008

Y MEXICO EMERGIO .....

Por Adolfo Carrillo aguirre

AQUELLOS PEREGRINOS, FUNDARON MEXICO

RECONOCIENDONOS


En los tiempos anteriores a nuestra era, en el lugar de “las garzas”, en aquella mítica “isla de la blancura”, vivían los Aztecas.

Dejemos que el mito hable.

En sus orígenes los aztecas, “emergieron de los intestinos de la Tierra a través de aquellas siete cuevas de Chicomostoc” y se establecieron en Aztlàn. Al iniciarse la nueva era de piscis, recibieron la orden de su dios Mexitzin-Huitzilopoztli, de que era necesario peregrinar de nuevo para buscar la tierra de promisión, seria hacia el sur y buscarían una señal sagrada que les indicara que ahí se establecieran.

Así, los aztecas fueron “tocados” por la voz de su dios Mexitzin-Huitzilopoztli. Y aquellas palabras cual relámpagos, iluminaban sus rostros, y sus ojos volvían a brillar, resucitaban, les prometían un nuevo paraíso, una tierra donde realizarían sus más profundos anhelos. Por ello querían vivir los consejos de su dios. Tenían confianza en El. Estos parias perseguirían la divina promesa. Con sus pies descalzos, echarían a caminar la historia de un pueblo. Y aquella nueva vida prometida, les agitaba el alma y voluntad. Y en sus mentes ya bullía la cercanía de sus sueños anhelantes; y la belleza de tierras de promisión resplandecían en el horizonte de sus imaginarios colectivos, alla en el sur.


Salieron de Aztlan (Lugar de las siete cuevas, desde esas tierras que ellos, sin imaginarlo, serian llamadas del Nuevo México) Luego luego, al avanzar, sabrían que el camino estaba lleno de espinas; de dolor; de búsqueda espiritual. De iniciaciones. Pero no les importaría.

En aquellos Aztecas, un nuevo aliento se levantaba, el segundo impulsa estaba en marcha. Caminaban y oraban, ofrecían sus fatigas para realizar la promesa, revisaron sus antiguas vidas y aceptaron el reto de buscar la aventura de una nueva vida. Revivían las antiguas experiencias que los llevo en su pasado a encontrar Aztlàn. De donde ahora partían a nuevas aventuras, buscando descifrar el misterio de sus vidas.

En su peregrinar, ampliaban sus caminos y crecían en comprensión del mundo; de sus vidas. Esa nueva experiencia, que les dibujaba su dios.

Se convertirían en seres trashumantes, en parias. Muchas veces cayeron rendidos, pero fueron dejando semillas de sus anhelos en nuevos pueblos, mientras oscilaban entre el camino del sol y de la luna.

Presentían que existía el símbolo que perseguían. Y así, vendrían sembrando la simiente de la futura nación. Así, se atrevían a caminar entre la duda y el misterio.

A veces paraban en su caminar para recobrar fuerzas y proseguir en sus afanes. Muchas veces estuvieron a punto de abandonar la gran promesa de no claudicar, y se levantaban con redoblada entereza. Contemplaron la belleza de las tierras nuevas, sus agrestes cañadas, imponentes barrancas, las praderas, las selvas los peligros del desierto. En su peregrinación sufrieron por el hielo, la nieve invernal, la insolación, los extremos del clima. El hambre, la enfermedad, la muerte, la tragedia compartida, algunos quedaban atrás; pero llegaron generaciones distintas, fortalecidas por las dificultades superadas.

Por dos siglos peregrinaron buscando la tierra prometida, en su trayecto se bifurcaron, se dispersaron, se volvieron a juntar, con el brillante sol siempre a su izquierda. Ellos buscaban en el derrotero que les fue fijado en fuego, desmayaban, se erguían de nuevo, fueron curtidos en los anhelos. Presentían, que estaban tan cerca. A veces dudaban y se sentían abandonados. Pero el fuego en sus corazones estaba vivo, los impulsaba a navegaban en el desierto, en los valles, por las selvas, los bosques siniestros.

Sí, el legado de su dios, estaba repleto de sufrimientos. Lo sintieron. Fue un camino para tomar conciencia, iniciàtico, sin paralelo en el tiempo. Un peregrinar que construye una nueva vida, en constante zozobra, que templa, que da fuerza. Era tan grande aquella promesa que resignados olvidaron el pasado, atrás dejaron todo, persiguiendo lo excelso.

Pese a todo, la antigua sangre de nuestros padres, en cada paso ponían las bases fundantes de la patria futura, querían y aceptaban perseguir el mandato de su dios Mexitzin-Huitzilopoztli, abandonaron su historia para crear una nueva, para buscar la tierra bienaventurada que Él les prometió.

Y peregrinando, y caminando, se fue grabando en sus mentes, en sus corazones aquel fuego impulsor que el alma y la calcinada voluntad de su líder les brindaba; aquella, que solo su progenitor Mexitzin-Huitzilopoztli, podría infundirles. Seria aquel ser divino quien les daría con el tiempo el nombre fundacional de su gran nación. Era un destino, su destino, dibujado por un dios, donde convergieran pluralidad de pueblos; sí, muchos pueblos con un destino lejano pero que algún día seria común. Esa seria la patria que un Gran Señor vislumbró, nuestro Señor, Mexitzin-Huitzilopoztli. (El desconocido, el ausente, para todos los mexicanos del presente).
Después de doscientos años, por fin se les colmarían los anhelos. En aquella mágica mañana, resplandecía entre volcanes azules un lago “de la luna” y en el “centro del lago de la luna” sobresalía una tierra sagrada, aquella que se conocería como el lugar de Mexitzin. Aquellos Aztecas con faz repleta de satisfacción, pasmados por el asombro de contemplar viva la promesa anhelada, sufrida, tan esperada. Y ahí estaban, petrificados, aquellos elegidos, quienes pudieron vislumbrar, gozar el majestuoso símbolo que les había señalado su dios. Y contemplaron extasiados como aquella Águila Sagrada, devoraba aquella Serpiente y sus almas estallaron y exclamaron con alegría, con aquella euforia que siempre retumbaría en sus corazones ¡viviremos por siempre!.
Su dios les había cumplido a plenitud. Les daba la bienvenida:
Y escucharon su voz como de trueno:
“Este es el lugar de nuestro descanso y nuestra grandeza, mando que se llame Tenochtitlan, la ciudad que será reina y señora de todas las demás. ¡México es aquí!.”
Y así el pensamiento mágico, divino, ha dado a luz la nación Mexicana.

De aquella hermosa manera, el destino fue echado al mundo para realizar el destino de la patria Mexicana.


Para la presente colaboración se consultaron a los siguientes autores:
Davies, Nigel, Los Aztecas, Barcelona, Destino, 1977.
Gutierre Tibón, Historia del nombre y de la fundación de México, México, FCE, 1975 y una referencia a un pasaje del ensayo de Alfonso Caso, “El Águila y El Nopal”.


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